
La semana pasada fui a visitar a unos amigos que se dedican al sacudido mundo audiovisual del que yo también me siento parte. Nos pusimos al día de nuestras vidas, puede que llevásemos casi un año sin vernos, así son a veces los tiempos en Madrid y más cuando rebasas los 30.
Me hacía gracia porque me preguntaban por ese proyecto loco que tenía entre manos, se referían a NOPO. Les expliqué que lo estaba llevando hasta sus últimas consecuencias, que mucha gente me preguntaba que era eso que estaba haciendo, esteno… ¿qué? Les respondía que eran de madera y que la cosa marchaba; que hay una gran afición a nivel mundial sobre esta técnica fotográfica y todo ese monólogo habitual que me tocaba enunciar ante tales interrogatorios.
Al final acabamos discutiendo sobre lo típico de la fotografía analógica versus la fotografía digital. Lo cierto es que es un tema que me acecha todo el rato, pero entiendo que es irremediable cuando te pones a hacer cámaras de este tipo…
Normalmente siempre llegamos a la misma conclusión: si no se trata de que una sea mejor que otra, sino que cada una nos acompañará según el objetivo que persigamos. Otro tema es que los niños de ahora no tengan ni idea de cómo se genera una fotografía, eso es otro cantar, ahí lo padres se tienen que parar a pensar un rato.
Pero lo mejor de todo fue la grandilocuencia de Max que me preguntó si había visto un corto de hacía unos años de Borja Cobeaga precisamente sobre este tema. Lo pusimos y nos partíamos y ya no por la puesta en escena de Areces – sus brazos en jarra, su mirada inquisidora -, que también, sino por la caricatura que hacía de nuestro comportamiento con la fotografía digital (y aún no habían llegado las selfies…)
Pero detrás del vídeo había también algo trágico, cómo afectaba ese exceso de control que nos brindan las nuevas tecnologías y afectaba sobre las relaciones humanas. Algo así como que sí, está bien, tenemos a nuestra disposición unas herramientas punteras, de una eficacia alucinante pero que lo que hacen es posibilitar que nos creemos unas expectativas cada vez más altas y parece que nunca estamos satisfechos.
Y una sociedad que nunca está satisfecha, suena a peligroso, a caprichoso, a maleducada…pero que tampoco me quiero poner moralista. No quiero caer en el tópico ese de «Cualquier tiempo pasado fue mejor» sino más bien una actitud vitalista de disfrute por el proceso y no solo por el resultado; algo que La gran belleza, maravillosa película que os recomiendo, resume muy bien:
«Arriba la vida, abajo la reminiscencia»
Os dejo con el vídeo para que saquéis vuestras propias conclusiones
¡Buen fin de semana!